Ochenta y cuatro días. Ese es el tiempo que llevo aquí encerrado. La última batalla fue la más cruenta que jamás he vivido.
Estábamos en una posición perfecta para acabar con la fragata
“Irruptor”, como la hemos llamado al carecer de un nombre conocido, y
parecía que la teníamos dominada. Los cañones de babor abrían fuego
intenso con ese sonido rítmico y contundente de un concierto de
percusión. Nuestras descargas hacían estragos en su casco y, de seguro,
en su tripulación; la batalla estaba ganada. De repente, dos acorazados enemigos aparecieron de la nada y se
colocaron en nuestro flanco, comenzando el ataque sin que pudiéramos
reaccionar. Las primeras bajas fueron los artilleros, todos y cada uno
de ellos, y en cuestión de segundos el resto de mi tripulación comenzó a
caer rápidamente.
A duras penas conseguimos escapar, pero quedamos a la deriva sin
capacidad para variar el rumbo debido a los numerosos daños recibidos.
154 de las 176 almas que habían embarcado perecieron entre olas de fuego
y metal. Solo sobrevivimos un grupo reducido de soldados de infantería,
en su mayoría heridos o agonizantes. El Oficial Médico Sánchez, mi
Segundo de Abordo Mc Isaac, el Oficial de Cubierta Jackson y yo somos los únicos mandos con vida.
De forma rudimentaria por los escasos recursos disponibles y
la falta de un experto, realizamos las reparaciones que pudimos y
descubrimos que la bodega de carga, donde estaban las provisiones, había
sido destrozada y los únicos víveres de que disponíamos estaban almacenados en la cocina. A partir de ese momento hemos intentado sobrevivir con la esperanza
de pasar lo suficientemente cerca de un puerto como para ser localizados
y remolcados para atracar, sin embargo, los últimos cálculos realizados
no son alentadores.
La tripulación está en las cámaras de
éxtasis para que nuestro consumo, tanto de víveres como de oxígeno, dure
el máximo tiempo posible. Mc Isaac, Sánchez y Jackson se les unieron hace una semana y tan solo yo me mantengo consciente en la
nave, con el fin de intentar contactar. Quizás también debería entrar
en una cámara para evitar ser testigo del momento final puesto que nos dirigimos directos al sol del sistema Gendar,
un deshabitado lugar en mitad de la nada, pero eso sería como
abandonar a mis hombres, y no pienso hacerlo. Me mantendré en mi puesto
hasta el último instante.
Queden estas líneas lanzadas a la inmensidad del universo como único
testigo del final de la fragata “Fénix” y del valor de su tripulación,
que murió en combate por la libertad del planeta Tierra frente al
ejército invasor de origen desconocido. Solo espero que algún grupo de
colonos, mineros o quizás exploradores en busca de fortuna, localicen la
señal de esta sonda y puedan rescatarla para que no caigamos en el
olvido. De ser así, quizá estén a tiempo de avisar al Mando Superior Terrestre de que el enemigo parece haber desarrollado tecnología muy superior a la nuestra que le permite realizar grandes saltos espaciales.
Almirante David Hawkins. Fragata Fénix de la Gloriosa Flota Terrestre. Año 4115 de la Nueva Era.
Que los dioses nos reciban con un abrazo.
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